Las promesas de Dios son inconmovibles y gloriosas. Dios nos ha invitado a entrar a su ciudad celestial, a la compañía de miles de ángeles, a la congregación de los justos, al Reino de Dios, a su compañía eterna y la de su Hijo Jesucristo.
El autor del libro de los Hebreos, casi al término de su carta, nos invita a dar un vistazo a la gloria eterna que Dios promete a sus hijos, con el propósito de realizar una comparación mental entre lo mucho que podríamos perder si cedemos frente al pecado y lo mucho que podemos ganar si nos guardamos en santidad.
Jesús enseñó que el corazón del hombre estará donde esté su tesoro. Nosotros hemos recibido un reino inconmovible, esa es la razón por la que debemos servirle a Dios con total gratitud y reverencia. La gratitud nos da el amor suficiente para tener alegría y paz. Un corazón agradecido es incapaz de vender sus principios y es capaz de tener la visión suficiente como para entender lo que realmente importa y de esforzarse al máximo para obtenerlo.
Esaú vendió lo que en verdad importaba por algo perecedero, no cometamos el mismo error. La Biblia dice:
"no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura." Hebreos 12:16
"Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor." Hebreos 12:28