sábado, 9 de septiembre de 2017

LA CURA DEL DOLOR

Es imposible pensar que haya alguna persona que no haya sentido dolor. Ciertamente unas personas más que otras, pero al final todos en algún momento habremos experimentado esta terrible sensación; y todos haremos lo posible durante nuestra vida para evitarlo.

Algunas personas huyen de él, otras personas se encierran bajo una cortina de orgullo y perfeccionismo, otros ceden frente a todo y se esconden con temor e inseguridad bajo la sombra de los demás. Creo que cualquier cosa que hagamos para escapar del dolor, sin contar con Dios, nos estará alejando de su amor al final.

Jesús no fue ajeno al dolor, no fue ajeno a la injusticia de ser juzgado por ser justo, no fue ajeno al dolor de haber sido rechazado por los suyos, no fue ajeno al dolor terrible de quedar solo en el momento en que más compañía necesitaba, ni siquiera fue ajeno al dolor físico y al dolor de la vergüenza... ¿Algo de esto te parece familiar?

Sin embargo, no vemos a Jesús actuando con orgullo, siendo intimidado por los demás o viviendo en inseguridad. ¿Cuál es la diferencia? La Biblia nos enseña que Jesús fue capaz de ignorar el dolor debido a su capacidad de ver el gozo de Dios que estaba reservado para Él y la recompensa que el Padre daría a su obediencia.

Su increíble humildad es nuestra fuente de inspiración. El dolor siempre estará allí y Dios no nos promete que no lo sentiremos; pero sí nos asegura que, si obedecemos, al final recibiremos su gozo como recompensa. La humildad de Cristo nos inspira a creerle a Dios, a confiar en Él nuestra vida, a servirle a los demás aunque no nos paguen como queremos, a amar sin temor, a perdonar sin rencor. Esa, en última instancia, es la cura para evitar el dolor.

La Biblia dice: "Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar." Hebreos 12:3

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